Tecnología, escritura y puntuación 4
El papel, la imprenta y un editor italiano. Parte 4
ESCRITURAPUNTUACIÓNHISTORIA
Osvaldo Fernández
10/9/20258 min read
Continuando con los artículos sobre escritura y puntuación, en este nos ocupamos del avance de las tecnologías de la escritura, que se fueron incorporando con el invento del papel y la imprenta. Analizamos las opiniones acerca del verdadero impacto del invento de Gutenberg y, principalmente, el aporte de un editor italiano en la implementación de reglas de puntuación: su impacto en la democratización de la lectura y su revolucionaria manera de entender el trabajo de la edición de libros.
El papel del papel
En el mundo occidental, hasta la llegada del papel y la masificación de su uso, escribir sobre pergamino era muy difícil. El escribiente tenía que colocar la mano de tal forma que solo la punta de la pluma tocara el soporte. En las pinturas de la época, se representaba a los copistas escribiendo con una pluma en una mano y un cuchillo en la otra, que utilizaban para borrar errores y agudizar la pluma, además de hacer equilibrio con la otra mano levantada para sostener el soporte membranoso utilizado para los libros formales. La formación de la letra gótica textual obligaba a ejercer una presión a medida que se cambiaba de dirección con los frecuentes movimientos de la pluma (Saenger, 1997).
El origen del papel se registra en la China imperial de la dinastía Han en algún momento del siglo II a. de C. Desde un mortero de corteza de árboles, lino, cáñamo y desechos vegetales y tejidos nació una superficie que, con modificaciones en sus componentes, todavía usamos mucho para representar y transmitir conocimientos, contratos, declaraciones de guerra, rendiciones, recibos, pagarés, cheques, libros, telegramas, periódicos, pañuelos, fotocopias, cartas de amor y muchos usos más. Los árabes extendieron su uso hasta el Oriente Medio cerca del siglo VIII d. de C. Se estima que se fabricó en Europa, por primera vez, recién en el siglo XII de nuestra era, es decir, 1400 años después de su invención en China (Ong, 2011).
Hasta ese momento, por las dificultades que implicaba la manipulación del pergamino, se hacía imprescindible dictar los textos a un secretario o amanuense. Sin duda, esta ausencia de confidencialidad imponía límites a la creatividad. Con la utilización del papel, la implementación de espacios entre las palabras y los primeros intentos de puntuación empezó a popularizarse la figura del autor. Saenger (1997) pone como ejemplo del cambio de paradigma a dos autores: Otlón de San Emmeram y Guiberto de Nogent. A partir de la posibilidad de escribir con sus propias manos y en soledad, se animaron a expresar sentimientos íntimos. En el caso de Guiberto, compuso poemas eróticos basados en sus sueños. Los nuevos manuscritos se identificaban por sus correcciones, tachaduras y añadidos. Se asomaba una nueva intimidad entre el autor, el escritor y el lector.
La imprenta: ¿Revolución o solo un paso más?
Como sucedió con la invención del papel, China también se adelantó en implementar un método mecánico de escritura. En el siglo XI, durante la dinastía Song, se registró el primer intento de un sistema de imprenta con caracteres. Bi Sheng (毕升), considerado el inventor de la imprenta, desarrolló un método para imprimir textos, que consistía en tallar los sinogramas en piezas de arcilla viscosa, un material que contrasta con la preferencia por el metal, que se usaría posteriormente. La dificultad radicaba en que, mientras en nuestro alfabeto alcanzan con unas decenas de grafías para todo escrito, el idioma chino utiliza decenas de miles de caracteres; por consiguiente, debían preparar al menos 20 tipos de los caracteres más usados, y cuando aparecía uno que no estaba preparado se hacía el tallado de una nueva pieza de arcilla. No hay registro de algún libro que se haya impreso con esta técnica. Aunque limitada y básica en término de rapidez y eficacia, se la considera la primera imprenta en el mundo.
En la década de 1440, el joven grabador y tallista de piedras preciosas del arzobispado de Mainz, Johannes Gensfleisch zur Laden zum Gutenberg, y sus socios entendieron que, si las letras del alfabeto se tallaban de forma individual y reutilizables, podían aumentar mucho la velocidad y eficacia de la escritura. Hasta ese momento se utilizaban esporádicamente bloques fijos de madera para imprimir ilustraciones. Después de experimentar varios años, Johannes Gutenberg y su equipo pudieron diseñar los elementos fundamentales de la imprenta: prismas de metal para moldear la superficie de las letras, una prensa que combinaba las características de las que se usaban para hacer vino y para encuadernar libros, y una tinta a base de aceite. Cerca de 1455, imprimió el primer libro: una Biblia con cuarenta y dos líneas en cada página (Manguel, 2014).
Sin dudas, la invención de la imprenta fue un acontecimiento transformador, no solo para la escritura, sino también para muchas más actividades. No obstante, hay opiniones encontradas entre los historiadores sobre la dimensión del cambio que produjo en su tiempo. En forma mayoritaria, se considera que fue un hecho revolucionario y que cambió el mundo; por ejemplo, Marshall McLuhan (1969) consideró el invento de Gutenberg como un cambio fundamental que transformó la cultura y la sociedad, incluso modificó la forma de pensar y percibir el mundo, y reorganizó disciplinas como la ciencia, la política, la religión y la economía. McLuhan sostuvo que la imprenta desarrolló patrones de pensamientos lineales debido a que hizo prevalecer “pensar” con el ojo, en lugar del sonido o el tacto.
Sin embargo, hay estudiosos, como Lyons (2024), considera que catalogarlo como revolución es una pretensión exagerada. Empieza cuestionando el papel de héroe que se le asigna a Gutenberg, ya que se lo menciona como asistente de sus socios Johann Furst y Peter Schöfer cuando se conmemoraron el bicentenario y el tricentenario de su creación (1640 y 1740). Recién en el siglo xviii aparecieron documentos que lo convertían en el único protagonista. También observa que no se trató de una idea repentina e iluminada, sino que, debido a la presión de la iglesia, de las elites y de las universidades, ya había un aumento de libros manuscritos y se estaban estudiando maneras de mejorar la producción. Lyons considera la entronización de Gutenberg como producto de una construcción de la Revolución francesa, a la que se le atribuye la emancipación de la humanidad. Otro punto que menciona es que durante décadas esta invención solo afectó a una elite erudita y muy acotada; según el registro de las posesiones de los fallecidos de 1474 a 1550, la proporción de personas, de acuerdo con sus profesiones, que tenían libros era la siguiente:
9 de cada 10 eclesiásticos;
3 de cada 4 representantes de alguna profesión liberal (abogados, médicos);
1 de cada 2 aristócratas;
1 de cada 3 comerciantes;
1 de cada 7 artesanos textiles;
1 de cada 10 trabajadores manuales. (Lyons, 2024, p. 80)
Por último, como ya mencionamos, las primeras imprentas se usaron en Oriente, pero no se expandieron por el mundo por los siguientes motivos: a) la elección de continuar el uso de la madera –más barata y abundante– en lugar del metal; b) los miles de caracteres de su alfabeto; c) el exclusivo manejo de los escritos por la elite imperial de China; d) el carácter expansivo y colonial de la economía capitalista europea que logró imponerlas en el resto de Occidente.
Más allá de valoraciones y opiniones en un sentido o en otro, en la versión en línea de la Ortografía de la lengua española (2010), la RAE sostiene que la imprenta ayudó al libro a alcanzar una mayor difusión, lo que conllevó en un aumento de la producción editorial. Con grandes encargos de impresión por parte de aristócratas, burgueses adinerados, iglesias, tribunales de justicia y universidades; la nueva tecnología se expandió rápidamente: hacia 1480, en 110 ciudades de Europa occidental ya había talleres de imprenta (Lyons, 2024). En los nuevos talleres se incorporaron impresores y correctores que tuvieron que aprender nuevas prácticas para trabajar con los originales. Poco a poco, el limitado catálogo de signos se va modificando: la Virgula suspensiva (/) de Boncompagno comienza a curvarse y los paréntesis se hacen redondeados.
El trabajo mancomunado entre estos nuevos profesionales con la experiencia de los autores empezó a establecer algunos avances en la uniformidad de criterios de uso (RAE, 2010). Sin embargo, para que la puntuación trascienda el empleo subjetivo del ámbito personal y llegue a universalizarse normativamente, hubo que esperar que la conjunción corrector/editor/escritor/lector se concentrara en una persona: Teobaldo Manucci, más conocido como Aldo Manuzio.
El gran editor
El Renacimiento fue el periodo de transición entre la Edad Media y la Edad Moderna y se caracterizó, entre otras cosas, por su valoración de los rasgos científicos, metódicos e integrales del naturalismo (Hauser, 1962). Una de las corrientes intelectuales que impulsaron este periodo fue el humanismo. En 1449, en Bassiano, provincia de Latina, cerca de Roma, nació un humanista que hizo la lectura accesible a un público masivo: Aldo Manuzio el viejo. Considerado el primer editor literario, creador del libro de bolsillo y precursor del correcto uso de los signos de puntuación, Manuzio estudió griego clásico y tuvo una sólida formación de latín. A los cuarenta años se trasladó a Venecia, hasta ese momento se había dedicado a la gramática, la enseñanza y la filosofía en la Antigüedad, en griego y latín. En 1494 instala su editorial e imprenta con el objetivo de llevar la cultura clásica al alcance de todos (Michalsen, 2019).
Si bien se destaca por sus ediciones de bolsillo, introdujo otras innovaciones: la letra cursiva, las letras capitales hechas en taco xilográfico, el libro ilustrado (con ilustraciones secuenciales a doble página, una anticipación del cómic), la tapa de piel sobre cartón, el lomo plano, las colecciones temáticas, los catálogos y los consejos editoriales, las partes del libro (portada, colofón y prólogo), la numeración de las páginas en ambas caras, la diagramación y composición del texto y la página, la página de erratas para corregir errores de impresión y la inclusión de breves textos introductorios, precursores de los prefacios (Iglesias y Román, 2015).
El papel que se venía utilizando en las imprentas seguía elaborándose a partir de trapos que se machacaban hasta convertirlos en pulpa. Se requería mucha mano de obra y un importante suministro de agua limpia. La tinta era producida con aceite, hollín, goma y tinturas vegetales (Lyons, 2024). Por su parte, Manuzio decidió utilizar otros materiales de encuadernación como la pasta de papel o cartón, abaratando costos (Iglesias y Román, 2015). Según Michalsen (2019), también consiguió tinta resistente a la luz del sol y la aplicó sobre el mejor papel que había entonces. Como admirador de la cultura clásica y ambicioso comerciante, Manuzio se propuso que sus productos llegaran a la mayor cantidad de personas y entendió que una condición sine qua non era que fueran accesibles y comprensibles. Propuso cómo debían usarse la coma y los dos puntos en un texto impreso, y elaboró una serie de reglas para la puntuación moderna basadas en la gramática para facilitar la lectura. En su tratado titulado Epitome ortographiae, Manuzio propone un sistema de seis signos: coma, punto y coma, dos puntos, punto, interrogación y paréntesis (RAE, 2010). Este trabajo lo completó su nieto, Aldo el joven, que en 1566 publicó Orthographiae ratio, donde hizo una revisión de todos los escritos de su padre sobre los signos y reglas de la puntuación moderna. El lema de la editorial era Festina lente (Apresúrate despacio), podría decirse también el lema de la puntuación en la historia.
Referencias bibliográficas
Hauser, A. (1962). Historia social de la literatura y el arte I. Debolsillo.
Iglesias, M. y Román, C. (2015). Aldo Manuzio (1449-1515). Centro de Documentación Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo - UBA. Disponible en: https://acortar.link/4H81UY.
Lyons, M. (2024). Una historia de la lectura y la escritura en el mundo occidental. Ediciones Ampersad.
Manguel, A. (2014). Una historia de la lectura. Siglo Veintiuno Editores.
Mcluhan, M. (1969). La Galaxia Gutenberg. Aguilar Editores.
Michalsen, B. (2019). Signos de civilización. Cómo la puntuación cambió el mundo. Ediciones Godot.
Ong, W. (2011). Oralidad y escritura: tecnologías de la palabra. Fondo de Cultura Económica.
Saenger, P. (2004). “La lectura en los últimos siglos de la Edad Media”. En Cavallo, G. y Chartier, R. (dirs.) Historia de la lectura en el mundo occidental. (pp. 211-255). Grupo Santillana Ediciones.
Real Academia Española. (2010). La puntuación a través de la historia. Obtenido de https://acortar.link/ER9GLv.
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