Tecnología, escritura y puntuación 3

Parte 3: La sistematización de los signos

Osvaldo Fernández

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La evolución de la escritura en Occidente, especialmente entre los siglos VI y XI, revela un proceso complejo de restricción y transformación, fuertemente influenciado por las estructuras de poder monárquicas y eclesiásticas. La enseñanza de la escritura quedó restringida a un círculo limitado de jóvenes varones de la clase dominante que asistían a escuelas monásticas y catedralicias. Esto consolidó una escritura de élite, cuyo acceso se veía dificultado no solo por las complejidades técnicas del latín escrito de la época, sino también por el costo de los materiales, el códice y el pergamino (que se siguió utilizando durante la Edad Media), y una profunda segregación de género.

En este sentido, si bien hubo algunas excepciones en familias aristocráticas y de la nobleza de mujeres letradas (santa Melania, en el siglo V; Dhoda, en el siglo IX; Hroswitha de Gandersheim, en el siglo X, y Adela de Blois, en el siglo XI), hay testimonios sobre lo que se pensaba sobre el tema. Por ejemplo, Lyons (2024) atribuye al comediógrafo griego Menandro estas palabras: “Quien enseña el alfabeto a una mujer […] está dándole veneno a una terrible serpiente” (p. 48). Otro ejemplo es el de Cirilo de Jerusalén, que en el siglo IV, exhortaba a todos a que llevaran libros a las reuniones litúrgicas, pero que los hombres escucharan a otros hombres mientras las mujeres cantaran como alternativa a la lectura (Cavallo, 2004). Por su parte, san Agustín aceptaba para la mujer solo una alfabetización básica.

Con relación a la puntuación, se utilizaban los signos en los manuscritos considerados más trascendentales de los ámbitos teológico, filosófico y jurídico, como frases de la Biblia o de autores clásicos. Estas presentaciones puntuadas se denominaban codices distincti, y contaban con algunos espacios y otras marcas visuales. Casiodoro, en su libro Institutiones (siglo VI), destacó que los signos de puntuación no eran simples adornos sino medios imprescindibles que conducen a los significados y que instruyen de manera más clara a los lectores.

Precursores: Isidoro de Sevilla y monjes británicos

En el siglo VII, luego de entrar en contacto con monjes que huyeron del norte de África ante la expansión del islam, Isidoro de Sevilla se convirtió en uno de los primeros defensores de la lectura silenciosa. Declaró que la lectura en voz alta obstaculizaba la comprensión del texto (Lyons, 2024), lo que lo llevó a reflexionar sobre la necesidad de implementar algún sistema de puntuación.

El proceso de cambio, sin embargo, no se originó en el centro del poder romano, sino en sus periferias, donde el conocimiento del latín era más precario. Monjes y escribientes de Irlanda y otras regiones de las Islas Británicas, al enfrentarse a textos que no eran de su lengua materna, comenzaron a separar sistemáticamente las palabras y experimentaron una forma de aclarar los textos mediante la introducción de nuevos signos, cuyo número aumentaba en función de la importancia de la pausa. Aplicaron, además, técnicas de escritura que permitían aclarar el significado de los textos, como la littera nobilior (una letra inicial mayúscula destacada para marcar el comienzo de un párrafo o sección).

Por otro lado, mientras transcribían la Biblia, cuando alguna frase les resultaba muy importante o de difícil comprensión, la copiaban textualmente y la resaltaban en el folio. Podría deducirse que, en estas prácticas de transcripción, los monjes fueron de los primeros en practicar lecturas silenciosas. Estas nuevas estrategias de escritura le dieron velocidad a la lectura y empezaron a transformar la relación entre el autor, el lector y el texto.

Alcuino y las minúsculas carolingias

Hacia el siglo IX, el emperador Carlomagno gobernaba un vasto y heterogéneo territorio que abarcaba lo que hoy conocemos como Alemania y gran parte de Francia, Italia, Bélgica, Suiza y los Países Bajos. Esta gran extensión requería instituciones centralizadas y una relativa unidad lingüística. Carlomagno comprendió que la homogeneización del idioma era una herramienta fundamental para consolidar su poder, valiéndose de la escritura como un instrumento de cohesión y autoridad (Lyons, 2024, p. 58).

Para este propósito, convocó a un monje que residía en York, Inglaterra; se trataba de Alcuino. Nacido en el año 735 en el seno de una familia noble, Alcuino se convirtió en un erudito de gran prestigio y colaborador del arzobispo de su ciudad, por medio de quien conoció al emperador durante un viaje a Italia; este último lo contrató para la educación de sus hijos.

En esta nueva etapa en la corte carolingia, el monje fue designado director de la biblioteca de Aquisgrán –capital del imperio– y de la Escuela Palatina, a la que también se sumaron otros profesores de Irlanda y de Inglaterra (Michalsen, 2019, p. 36). Alcuino estableció salas de escritura –scriptoria–, donde se copiaban textos antiguos, incluso él mismo redactó manuales de gramática y lenguaje que reivindicaban el valor de la puntuación. Retomó parte del sistema que Aristófanes había impulsado mil años atrás. Utilizaba el distinctio en la parte superior de la última palabra para marcar el final de una oración y el subdistinctio, un punto abajo para representar una pausa menor en la oración; funciones análogas a nuestro punto y coma actuales. Según la investigación de Michalsen (2019), otro aporte de Alcuino y sus colaboradores es un tipo de letra que, con modificaciones, se siguió utilizando durante mucho tiempo: las minúsculas, que denominaron carolingias.

El gran aporte de Boncopagno da Signa

Como ya mencionamos, la scriptio continua empezó a declinar gracias al aporte de monjes irlandeses que intentaban aislar las partes del discurso y los componentes gramaticales con nuevos signos que aumentaban según la importancia de la pausa. Parkes (2004) sostiene que, al utilizar versales rústicas o cuadradas para este propósito, fueron ellos quienes realmente comenzaron a dar a las mayúsculas la función demarcadora que tienen en la actualidad. Sin embargo, la lectura masiva todavía resultaba infructuosa y elitista. Para el siglo XII, la proliferación de marcas de puntuación, lejos de unificar, había generado un sistema caótico que, si bien buscaba facilitar la comprensión, carecía de aplicación sistemática y regular (Lyons, 2024).

En este contexto, la fundación de la primera universidad de Europa en Bolonia en 1088 marcó un nuevo hito cultural. Años más tarde, llegaría un profesor que tenía una gran fascinación por la retórica clásica: Boncompagno de Signa. Interesado en reconocer los textos históricos y escribir nuevos libros sobre retórica, Boncompagno consideró dificultosa su tarea debido a la cantidad de marcas de puntuación y sus variadas interpretaciones. Así como uno de los primeros aciertos para la creación de un alfabeto fue limitar la cantidad de caracteres, Boncompagno también decidió acotar los diversos signos e implementar un sistema de puntuación mucho más simple, que consistía en solo dos variantes:

a) Virgula planus (–): este signo indicaba el límite de una unidad de significado completo, es decir, desempeñaba el mismo papel que el punto, el signo de exclamación y el de interrogación actuales.

b) Virgula suspensiva (/): este marcaba una pausa más breve allí donde el significado todavía no estaba completo (Michalsen, 2019).

Resulta difícil determinar con exactitud la influencia directa de su sistema; sin embargo, es innegable que la virgula suspensiva sirvió como punto de partida para la creación de la coma moderna, desarrollada por un editor veneciano trescientos años más tarde.

Referencias

Cavallo, G. (2004). Entre el volumen y el codex. La lectura en el mundo romano. Historia de la lectura en el mundo occidental. (pp. 109-152). Grupo Santillana Ediciones.

Cavallo, G. y Chartier, R. (2004). Introducción. Historia de la lectura en el mundo occidental. (pp. 15-20). Grupo Santillana Ediciones.

Lyons, M. (2024). Una historia de la lectura y la escritura en el mundo occidental. Ediciones Ampersad.

Manguel, A. (2014). Una historia de la lectura. Siglo Veintiuno Editores.

Michalsen, B. (2019). Signos de civilización. Cómo la puntuación cambio el mundo. Ediciones Godot.

Parkes, M. (2004). La alta Edad Media. En Cavallo, G. y Chartier, R. (dirs.) Historia de la lectura en el mundo occidental. (pp. 153-170). Grupo Santillana Ediciones.

Saenger, P. (2004). La lectura en los últimos siglos de la Edad Media. En Cavallo, G. y Chartier, R. (dirs.) Historia de la lectura en el mundo occidental. (pp. 211-255). Grupo Santillana Ediciones.

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